Nuestra historia comienza en el primer milenio antes de Cristo. El escenario es el Mar Mediterráneo, donde varias potencias van a luchar a sangre y fuego para lograr controlar las principales rutas comerciales. Roma era apenas una pequeña aldea en el Lacio, pero ya en su ADN estaba el gen de la lucha y la conquista y no dudaron un segundo cuando debieron enfrentarse al todopoderoso imperio cartaginés que, desde su capital en el norte de África, expandía sus fronteras.
Fueron muchas las batallas que libraron estos dos imperios y nuestra ciudad fue testigo de una de las más importantes: la conquista de Qart-Hadast. Perdía entonces Cartago una de sus más preciadas posesiones en Iberia: su granero, su puerto militar y comercial, además del acceso a las cercanas minas de plata. Roma asestaba un duro golpe a su enemigo y se hacía con la llave para la conquista de Iberia. Para la ciudad significó el inicio de un período de gran esplendor bajo el dominio romano, que explotó sus recursos naturales para engrandecer a la metrópoli, Roma.
No debieron pasar muchos años antes de que la rebautizada Carthago Nova alcanzara el rango de colonia y se viera embellecida con numerosos edificios oficiales en los que se mostraría el poder del imperio que había logrado hacerse con el poder sobre el Mar Mediterráneo, al que llamaron Mare Nostrum. Hasta la caída del Imperio, Cartago Nova debió ser una urbe bulliciosa, llena de vida, de sonidos y olores que impregnaban cada rincón.
Pero el telón caería también para la omnipotente Roma y la ciudad de Carthago Nova quedaría sepultada bajo el paso de los siglos. Aunque viviría un segundo esplendor durante el Imperio bizantino, sufriría el ataque de las tropas de Suintila y quedaría reducida a sus cenizas. Llegaría la ocupación musulmana y Qartayanna al-Halfa conviviría con algunos restos del pasado romano, como los del anfiteatro, a quienes se refirieron como la casa de los leones. Alfonso X se fijaría en esplendor de su puerto, perfecto para dar salida al mar a la Corona de Castilla, y fue escenario de las luchas de poder entre los principales linajes del Reino de Murcia. Y aunque fueron muchos los monarcas que quisieron aprovechar su situación natural en las rutas mediterráneas y su entorno natural, defendidos sus flancos por una cadena montañosa, tendríamos que esperar al final del siglo XVIII para que llegara el apogeo de la Cartagena militar con la creación del Departamento Marítimo de Levante y la construcción del Arsenal Militar. Vendría después el Modernismo, la riqueza de las minas y el nacimiento de una nueva burguesía. Y, convertida en una ciudad militar e industrial, Cartagena dejaba pasar sus días de espalda al esplendor romano, casi desaparecido de la memoria.
Sería entrado el siglo XX cuando Cartagena se reencontrara con su pasado, convertido éste en el bote salvavidas al que agarrarse cuando llegaran la crisis industrial, la desaparición de la minería y la pérdida del poderío militar. La ciudad debió reinventarse y tomó consciencia de que su futuro pasaba por la recuperación de los edificios del pasado. Y se puso manos a la obra. Comenzó un período arduo, gracias al que hoy podemos enorgullecernos de un trabajo bien hecho que ha puesto a Cartagena en el mapa cultural y turístico, canalizado a través del consorcio Puerto de Culturas.
El Teatro romano, la estrella de nuestras rutas
Comenzamos así nuestra ruta en el Museo del Teatro Romano, auténtico impulsor de este renacimiento de la ciudad. Ubicado en pleno corazón de lo que era la península de Carthago Nova, sorprende a todos que no se tuvieran noticias de su existencia hasta el final de los años 80 cuando, tras derribar la casa-palacio de la Condesa de Peralta, comienzan a aparecer las primeras estructuras y a realizarse las primeras intervenciones arqueológicas. Este descubrimiento quedaría escrito con letras de oro en la historia de la ciudad, pues cambió para siempre su rumbo y dotó a los cartageneros de un profundo orgullo por su pasado.
Hoy en día el Teatro es la estrella de nuestras rutas, ¡pecado venir a Cartagena y no visitarlo! Accedemos a él a través de su Museo, donde paso a paso vamos desengranando su historia, desde el proceso por el que quedó cubierto tras su abandono hasta el papel político que jugó su construcción dentro del programa propagandístico del emperador Augusto. Y es que el teatro, más allá de ser un lugar de entretenimiento para los ciudadanos del Imperio, el tan famoso pan y circo, sería el espacio perfecto para que el emperador mostrara a sus súbditos los motivos por los que sólo él debía ostentar el poder absoluto, olvidados ya los triunviratos tras derrotar a Marco Antonio y a Cleopatra. Los dioses y las musas e incluso el propio origen de Roma tuvieron cabida en el programa decorativo del Teatro de Carthago Nova y los mármoles de Carrara y Mula fueron el soporte perfecto para plasmarlo.
A través de un corredor arqueológico que une la obra del laureado Rafael Moneo hasta el propio yacimiento, saldremos al aire libre. Nada hay comparable al momento en el que descubrimos el teatro romano a nuestros pies. Será entonces el momento de descubrir sus rincones y llenar nuestras cámaras de momentos inolvidables.
El Arx Asdrúbalis, o cerro del Molinete
Nos trasladaremos después al Barrio del Foro Romano, yacimiento que pronto será parte de uno de los parques arqueológicos urbanos más grandes de Europa. Comenzamos nuestra visita en el Decumano, calle principal de la antigua ciudad, que unía el puerto romano (en la actual Calle Mayor) con el foro de la colonia y donde podemos ver el horno que ponía en funcionamiento el sistema de las termas que vamos a visitar. Estas termas se encuentran al cruzar la calle, en la falda de la colina del Molinete, antiguamente conocido como Arx Asdrúbalis. A través de una pasarela, podremos bajar para contemplar el peristilo, un espacio a cielo abierto, rodeado de columnas, que sería el acceso a este complejo, donde los romanos de Carthago Nova venían a practicar aquello de mens sana in corpore sano. Las salas conservadas serían perfectas para ello: una sala de temperatura fría, el frigidarium, donde además hay una pequeña piscina de asiento; una sala templada, el tepidarium, de grandes dimensiones; y una caliente, el caldarium, que desgraciadamente no nos ha llegado. Habría además otras salas dedicadas al embellecimiento, ya se sabe que los romanos gustaban de usar aceites y maquillajes, además de cuidar su cabello, pues así se podía saber a qué estatus social pertenecía cada persona.
Compartiendo manzana se encuentra el Edificio del Atrio, espacio de especial relevancia, pues estuvo relacionado con la celebración de banquetes realizados como parte del culto a los dioses. Entraremos a él por un largo pasillo que nos llevará al atrio y, tras rendir culto a la divinidad en la cella o en el larario, pasaremos a una de las cuatro salas de banquetes, donde los esclavos se encargarían de servir los ricos manjares que tanto gustaban a los romanos. Este banquete será,claro está, “a la griega”.
Junto a este conjunto se encuentra el templo dedicado a la diosa Isis, divinidad de origen egipcio que fue adoptada por los romanos y que tuvo gran importancia en Carthago Nova. Ritos como la procesión del Navigium Isidis, con la que se daba por inaugurada la temporada de navegación, y otros de carácter mistérico, debieron celebrarse en este mismo lugar hace dos mil años.
El divino Augusto y la diosa Fortuna
Daremos un paseo para cruzar la Plaza de San Francisco, que ocupa parte del espacio del Foro romano, y llegaremos al Augusteum, el templo dedicado al emperador. Un yacimiento totalmente distinto a los que hemos visto hasta ahora, ya que el edificio fue concebido para rendir culto a la persona del primer emperador, el divino Augusto. Allí podremos comprender mejor la religión tradicional romana, a través del culto celebrado por los sacerdotes augustales.
A pocos metros encontramos la Casa de la Fortuna, una domus que debió estar habitada por una familia acomodada. Si nos dejamos llevar por la imaginación, podremos ver cómo la matrona nos recibe en el atrio y nos invita a compartir con ella una lujosa cena en el triclinio de la vivienda, entre fantasiosas carnes y deliciosos vinos de la Bética. Todo acompañado, como debía de ser, del famoso garum que se fabricaba en la factoría de la ciudad. Imprescindible visitar el tablinum, donde veremos algunas de las pinturas murales más bellas conservadas en la ciudad.
Y para terminar…
Para terminar nuestra ruta, no debemos dejar de visitar el Museo Arqueológico Municipal, construido alrededor de una necrópolis paleocristiana, donde se encuentra una de las mejores colecciones de epigrafía funeraria de toda la Península. A través de ella podremos conocer la historia de quienes pisaron nuestras calles, como Cayo Licinio Torax, un niño que falleció cuando aún contaba con muy pocos años de edad, o Cnelio Atellio Toloco, liberto cuya lápida sobresale por el relieve de un hombre arando la tierra con la ayuda de bueyes. Pequeños frascos para perfumes y ungüentos, esculturas y pavimentos decorativos completan una colección que no les dejará indiferente.
Esta ruta es sólo una pequeña aproximación a todo lo que Cartagena tiene que ofrecer a los amantes del mundo romano. Y no es todo. Pronto asistiremos a la inauguración del Museo del Barrio del Foro y esperamos ansiosos la apertura de la domus de Salvius, la musealización de los restos del puerto romano localizados en el solar de la Casa Llagostera y el tan ansiado anfiteatro. ¿Quién sabe qué otros tesoros esconderá el subsuelo? Les esperamos en Cartagena, para descubrirlo juntos.
La ruta de hoy nos la ofrece nuestra guía: María del Mar Jiménez Martín. Guía Oficial de Turismo de la Región de Murcia, con la habilitación número 257.